Existe presión tanto para las escuelas como para los maestros por cubrir un plan de estudios determinado dentro de la cantidad de días marcados por el ciclo escolar. Hay una currícula establecida de acuerdo al grado escolar y la materia a ser impartida. Sin embargo qué se enseñará y cuándo no necesariamente incluye la opinión de los estudiantes receptores de dicho programa. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué no abrir espacio para preguntarle al niño o al joven qué le interesa aprender? (claro, en relación a la materia en cuestión).
Si bien hay contenidos importantes a abordar por su misma naturaleza y un orden preestablecido que ayuda a que los temas tengan una secuencia lógica y sea más fácil su comprensión, esto no significa que dichos temas o secuencias están escritos en piedra. La flexibilidad de los programas puede permitir al maestro hacer ajustes junto con sus alumnos y aprovechar temas en boga o actividades de aprendizaje no planeadas para abonar al proceso de reflexión y análisis de los estudiantes.
Puede resultar más fácil para algunos profesores repetir la lección número 25 de determinado tema la cual ya está elaborada con el material correspondiente y lo único que hace falta es sacar las fotocopias y proyectar la presentación para cubrir los 50 minutos de clase que preceden a la lección 24. El preguntarle al alumno qué quiere aprender o modificar una lección para abordar el tema de moda (ej. el impacto del coronavirus en la economía local) implica no solo tiempo, sino disposición del profesor para llevarlo a cabo.
Investigaciones relacionadas con la memoria y la atención hablan siempre de un componente indispensable para que el aprendizaje y la memorización ocurran: el interés. Éste se refiere a un sentimiento o emoción que hace que un individuo se concentre o atienda algo porque le importa.[1] La instrucción basada en intereses sugiere el deseo de un maestro de capitalizar aquellas cosas que les interesan a los estudiantes para facilitar el aprendizaje. Es bien sabido que cuando se le atribuye a un nuevo contenido la posibilidad de relacionarlo con una experiencia propia, un elemento del ambiente o incluso genera emoción, resulta mucho más significativo para los alumnos e incrementa exponencialmente la posibilidad no solo de que se involucren en el tema, sino que ese contenido sea recordado posteriormente.
Considerar los intereses de los estudiantes no implica que el profesor tenga que centrar todas sus lecciones en lo que les interesa y dejar de lado lo que no. Tampoco quiere decir que todos estarán interesados en el mismo tema con la misma intensidad. Sin embargo incluir a los estudiantes en el ajuste al plan de estudios y darles voz e incluso espacio para hablar de temas de interés ayuda a enganchar su atención y a generar un clima más confortable en clase.
Sousa, D. y Tomlinson, C. (2018)[2] mencionan que los intereses de los estudiantes importan debido a que favorecen una mayor participación y productividad además de ayudar a generar en ellos una sensación de que el aprendizaje es gratificante. También les ayuda a permanecer enfocados más tiempo en la tarea, promueve conexiones positivas entre el alumno y el maestro y contribuye a un sentido de competencia, autodeterminación y autonomía.
Cuando los estudiantes encuentran satisfactorias las tareas cognitivas desde edades tempranas es más probable que busquen este tipo de actividades y presenten un mejor desempeño académico conforme crecen y avanzan en la escuela. Por otra parte, si el profesor no toma en cuenta el progreso y avance de los alumnos y éstos se encuentran ya sea por debajo o por arriba del nivel de dominio esperado puede fácilmente perder su atención e interés en dicho tema.
Sousa, D., & Tomlinson, C. (2018)[3] clasifican los intereses en dos tipos:
- Interés individual: se refiere a la preferencia individual en curso por un tema o actividad en particular. Se desarrolla lentamente con el tiempo y conduce a un mayor conocimiento y habilidades, apreciación y sentimientos positivos.
- Intereses situacionales: cuando ciertas condiciones del entorno provocan sentimientos positivos, aunque también pueden incluir algunas emociones negativas. Es una reacción más inmediata que puede o no perdurar.
Cuántos estudiantes no se hacen la misma pregunta en relación a un tema o una materia entera: ¿Y esto, para qué me va a servir? Esto genera desmotivación, apatía y deseo de que dicho tema o curso termine lo antes posible para nunca más tener que recordar lo visto en él. El trabajo del profesor, el tiempo invertido, su energía y parte de sí puede borrarse por completo al sonar la campana del último día del ciclo escolar. En definitiva, para ayudar a que los estudiantes se interesen en el contenido curricular resulta de mucha ayuda vincularlo en la medida de lo posible con la vida real y los temas de su interés. Solo cuando el contenido deje de estar desvinculado de la vida de niños y jóvenes podrá cobrar sentido y ser no solo recordado, sino aplicado para contribuir a la solución de problemas.
Referencia: Sousa, D., & Tomlinson, C. (2018). Differentiation and the brain. How Neuroscience supports the learner-friendly classroom. Second edition. Solution tree: United States of America.
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