En edades tempranas suele ser común que los pequeños experimenten la llegada de un nuevo hermano (o incluso en ocasiones primo) a la familia, lo cual puede generar desconcierto y una serie de emociones negativas como reacción natural a sentirse amenazados o incluso desplazados por el nuevo integrante. El discurso común entre los adultos hacia el pequeño es aquel que le indica que debe querer y aceptar al nuevo hermanito. Le platican toda la serie de cosas maravillosas que ésta pequeña personita aportará en su vida y le demandan aceptación incondicional y prácticamente inmediata.

Si bien para algunos niños la llegada de un hermano menor es razón para celebrar, muchos otros lo viven mal y de malas. El reproche por parte de los adultos de que está “mal” sentirse enojado, sentir celos, expresar disgusto por la situación, es uno de los principales errores que los adultos cometen y que alimentan futuras rencillas y rencores entre hermanos.

El hermano mayor puede estar experimentando una serie de sentimientos desagradables (probablemente por primera vez en su vida) y seguramente no sabe qué hacer con esas emociones. Puede sentirse amenazado, confundido, triste, asustado, enojado, nostálgico por perder su lugar hasta ese momento vivido dentro del núcleo familiar entre otras cosas. El frenesí generado por el nuevo integrante puede ocasionar, de manera involuntaria, que se le preste menos atención al hermano mayor lo cual puede hacerle sentirse ignorado. Algunos niños guardan su sentir por temor a recibir reproches de los adultos, sin embargo estas emociones si no se trabajan ni se resuelven, se enfrascan para más adelante dejarlas salir cual munición en cualquier oportunidad que se tenga.

Es natural que los hermanos mayores experimenten este tipo de sensaciones. A nadie le gusta sentirse desplazado, vulnerable, ignorado, a pesar del repetitivo discurso de los padres donde se menciona incansablemente “a todos los queremos por igual”. Evidentemente entre más grande el niño, más independiente, lo cual permite centrar más la atención al nuevo integrante. Desde ahí hay desigualdad, no intencionada, pero existe y es percibida por los pequeños. Es imposible tener el mismo trato para todos, sin embargo lo que sí se puede trabajar con los niños es el manejo de sus emociones para que no carguen con esos sentimientos durante el resto de sus vidas. ¿Cómo poder hacer esto? Es importante permitirle al niño expresar todo su despecho ante la llegada del nuevo integrante. Evitar censurar su sentir ya que solo él conoce su aflicción.

El permitirle al niño expresar todo su enojo, tristeza, malestar no lo hace mal hermano ni a los adultos malos cuidadores porque “el niño no debe decir eso”, “no debe sentirse así”. Si se le otorga esa oportunidad y se le da el espacio para expresarse llegará el momento en que se sienta desahogado y comience incluso a defender a su hermano menor y aceptar su presencia. Es importante que los adultos a su alrededor también presten atención a sus propias conductas y busquen integrar al hermano mayor en la medida de lo posible evitando la exclusión, el ignorarlo o el forzarlo a realizar acciones que en ese momento no desea hacer (ej. cargar al hermanito, darle un beso, etc.). Los niños mayores requieren el abrazo y cariño de sus padres, si bien el nuevo  bebé demanda energía y atención, es importante reservar espacio para el hermano mayor (ej. abrazos, cariño, tiempo uno a uno), en la medida de lo posible. De esa manera se contribuirá a eliminar la imagen del nuevo integrante como una amenaza que hará que el hermano existente desaparezca del radar de los padres.

Puede suceder, conforme los niños crecen, que el hermano menor se muestre celoso del hermano mayor por distintos motivos. Conforme van adquiriendo conciencia, se van dando cuenta de sus propias similitudes, diferencias, habilidades y limitaciones. Es inevitable que surja la comparación entre hermanos, sin embargo, los adultos pueden proveer al hermano menor con este mismo espacio de desahogo emocional sin represalias, comprendiendo su sentir y dándole su espacio hasta que el niño se sienta nuevamente cómodo para interactuar e integrarse en las actividades cotidianas en relación con su hermano. Comentarios como decirle que ha de ser difícil sentirse como se siente, que puede confiar en el adulto, compartir la propia experiencia, empatizar, suelen ser de mucha utilidad ya que le ayudan al niño a no sentirse solo en ese momento.

¿Qué hacer si no paran de pelear?

Es natural que los hermanos peleen, las discusiones pueden ir desde desacuerdos por el uso de objetos, el querer ocupar un mismo lugar, hacer cosas al mismo tiempo, agarrar cosas del otro sin permiso, etc. Si este es el caso resulta importante escuchar la versión de cada uno, comprender, alentar y ayudarles a tomar decisiones sin tomar partido. Cuando los adultos comienzan de manera involuntaria a favorecer a una de las partes (ej. porque es más chiquito, porque es niña, porque no sabe, etc.), lo único que se genera es resentimiento por parte del niño que resultó desfavorecido.  Si al pelear se presentan conductas que puedan poner en riesgo a los niños (física, emocional o moralmente) es necesario frenar inmediatamente la interacción y dar un tiempo de respiro a cada parte. Después, por separado y ya estando más en calma, hablar con cada no para conocer la situación y ayudarles a pensar una manera más óptima de resolver el desacuerdo.

Si un hermano se queja de que se le favorece a otro de tal o cual forma, mucho ayuda escucharlos y permitirles desahogarse. En ocasiones, el sentir de los niños brinda claridad hacia los adultos sobre sus comportamientos y ayuda a proponer modificaciones. Poco le va a servir al niño el que el adulto niegue su sentir o desacredite su afirmación con comentarios como “a todos los tratamos igual ” o “se les está dando lo mismo”. Se vale admitir como adultos que no siempre se es justo, que la vida es injusta y que se es parte de esta vida. Esto  no invita a justificar marcadas preferencias de los adultos hacia los niños, sino ayudarles a ser pacientes, tomar turnos, tolerar la frustración y resolver problemas.

Las peleas son inevitables, sin embargo en la medida que, como adultos, se tenga conciencia del malestar expresado por los niños, se ofrezca la escucha, se tenga paciencia, se les ayude a pensar alternativas de solución y se eviten marcadas desigualdades, se podrá modelar un estilo de interacción que los niños eventualmente replicarán a lo largo de su vida. Hay que recordar que la familia es un microsistema y lo que en ella se ejercite y aprenda brindará las herramientas a los niños para enfrentarse al mundo exterior.

 

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