El miedo es una reacción instintiva que nos permite protegernos y preservar la vida. Los miedos pueden estar provocados por situaciones ambientales o situacionales que nos pongan en riesgo, como por ejemplo un temblor, un choque, un robo, el sentirnos amenazados por perder algo que amamos, etc. Por otro lado los seres humanos sentimos ansiedad cuando esos temores están presentes como ideas o en nuestra imaginación. La ansiedad se activa ante el pensamiento sobre un estímulo aversivo que no está presente en ese momento, pero el simple hecho de pensar en él es suficiente para activar nuestro sistema de respuesta o huída instalado en nuestro cerebro para protegernos de manera instintiva.

Entre más vulnerables nos percibamos ante una determinada situación es mucho más probable que estemos más sensibles ante elementos del ambiente que creamos que puedan ponernos en riesgo. El sentir que no tenemos control sobre las cosas también puede generar temor y ansiedad. El miedo no hace distinción entre género o edad. Si bien un adulto puede tener más recursos para enfrentar un miedo vs. los que puede tener un niño, como seres humanos todos podemos experimentar miedo en algún momento de nuestra vida.

De acuerdo con Papalia, D. & Wendkos, S. (1998), en el caso de los niños, resulta común que presenten temores desde el nacimiento, sin embargo con escasos meses de vida la reacción de temor resulta de estímulos ambientales a su alrededor que los alteran, como por ejemplo ruidos fuertes. Conforme crecen y llegan a cumplir el año el tipo de cosas que pueden atemorizarlos son las personas extrañas ya que empiezan a reconocer a sus padres y cuidadores principales. De manera frecuente entre los dos y cuatro años de edad el mayor temor de los niños es hacia los animales (ej. los perros), la oscuridad, el separarse de sus padres y algunos ruidos por ejemplo.  Es hasta que cumplen los seis años que la fantasía puede hacer una mala jugada y contribuir a la generación de temores sobre situaciones irreales como los fantasmas y las brujas. A esta edad también causa temor en los niños el ir al doctor, los truenos y relámpagos, el sentir que se quedan solos o dormir en la oscuridad por ejemplo.

A partir de los 7 años los niños desarrollan más conciencia sobre su entorno y los miedos pueden tener su origen en relación a las cosas que vieron o escucharon a su alrededor. Comienzan a ser más sensibles y susceptibles por ejemplo a las conversaciones que tienen los adultos, una escena de miedo en la televisión, lo que escuchan en las noticias, todo esto aunado a los temores que ya desarrollaron desde los seis años de edad. A partir de esta edad el entorno puede volverse más amenazante para ellos debido al sentido de alerta que desarrollan de manera natural. Hay que tener mucho cuidado con el tipo de imágenes y contenidos a los que se expone a los niños, especialmente en esta era donde el acceso a imágenes y contenidos es sencillo y se puede hacer por diversos medios, no sólo por medio de la televisión como sucedía anteriormente.

A partir de los 9 años pueden comenzar a preocuparse más por su desempeño escolar, el sufrir algún accidente, su apariencia física, puede aparecer el miedo a la muerte (especialmente si han experimentado alguna pérdida cercana ya sea de algún familiar, amigo o mascota), así como el miedo a las tormentas y a la oscuridad. Hay miedos comunes en aparición de acuerdo a la edad de desarrollo de los niños, sin embargo situaciones vividas pueden dejar huella en ellos, tales como accidentes, enfermedades, sufrir o presenciar violencia o abuso o ser víctimas de alguna catástrofe natural.

Cuando el miedo es implosivo, es decir, surge de manera intensa y repentina debido a un fallecimiento, accidente, catástrofe, se experimenta violencia o se es víctima de la delincuencia, tanto niños, jóvenes y adultos pueden llegar a desarrollar el Síndrome de Estrés Pos Traumático o (PTSD) por sus siglas en inglés. Este tipo de miedo lleva a la persona a revivir de manera intensa el miedo y las reacciones fisiológicas presentadas durante la situación de emergencia aún tiempo después de que ocurrió dicho evento. El miedo sigue siendo experimentado con la misma intensidad, no disminuye paulatinamente y puede estar presente incluso hasta seis meses después del evento traumático. Si se detecta que niños, jóvenes o adultos están experimentando una situación así es necesario apoyarse de un terapeuta que maneje técnicas cognitivo conductuales para ayudarle por medio de la terapia a resignificar el evento y poder acomodarlo en su vida. El hacer este acomodo no implica que desaparecerá la memoria de lo sucedido, simplemente ocupará un lugar en su vida de tal forma que ya las sensaciones físicas y recuerdos persistentes ocasionados por el trauma dejarán de interferir en sus actividades cotidianas.

Por otra parte, cuando la persona experimenta miedo relacionado a situaciones cotidianas o como se explicó anteriormente, es ocasionado por la etapa misma del desarrollo del niño, es importante dialogar con ellos sobre sus temores. El expresar nuestro miedo verbalmente nos ayuda a dimensionarlo, a algunos niños les sirve dibujar sus miedos o contar historias sobre ellos, ya que eso les da la sensación de tener control sobre sus emociones. Cuando un niño tiene miedo a algo (ej. ir a la escuela, acariciar a un perrito, entrar a algún lugar), podemos platicar con él y acompañarlo para que poco a poco pueda ir enfrentando dicho miedo. Debemos evitar el no exponerlo a dicho miedo ya que solo generaría una repulsión hacia ese estímulo dificultando que eventualmente el niño pueda superarlo.

Hay que platicar con ellos, observarlos y hacerles caso. No se trata de obligar a los niños o exponerlos a la fuerza a situaciones para que “superen el miedo” que les provoca determinado estímulo. Se trata de dialogar con ellos y explorar a qué le temen y en la medida de lo posible ayudarlos a enfrentar ese miedo para que se den cuenta que están en un área segura. Sin embargo, cuando la reacción del niño pareciera ser desproporcionada, cuando repentinamente teme estar con alguien con quien se sentía cómodo anteriormente. Cuando no quiere por ningún motivo ir o asistir a un determinado lugar debemos estar atentos. Muchas situaciones de abuso o maltrato pueden generar estas reacciones en los niños.  Si tenemos duda si es normal el miedo que el niño ha desarrollado a tal o cual situación, objeto o persona, siempre podemos ayudarnos de un psicólogo infantil que puede realizar alguna evaluación emocional que permitirá clarificar qué está sucediendo.

Como se mencionó anteriormente, tener miedo es normal y es una reacción instintiva que nos permite sobrevivir y protegernos. Sin embargo cuando el miedo comienza a interferir en nuestras actividades cotidianas, cuando aparece de manera repentina o a partir de un evento traumático la persona parece no poder reponerse, es buen momento para pedir ayuda. Hay que platicar con los niños, observarlos, ayudarles y es muy importante no minimizar sus sentimientos o desacreditar sus temores. Su realidad es verídica para ellos, por lo que saberse acompañado, escuchado y atendido puede calmar mucho el miedo y la ansiedad en ellos.

 

Referencia: Papalia, D. & Wendkos, S. (1998). Serie Psicología del Desarrollo Humano. Volumen 1. Los primeros años de vida. Mc Graw Hill: Colombia.

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