No. Es una palabra fuerte, poderosa, marca un límite, establece una postura, demuestra una decisión, empodera al locutor, puede crear o evitar problemas. Es una palabra que en la actualidad les cuesta trabajo utilizar a los padres de familia especialmente cuando hay que marcar límites a los hijos. Están enfocados en la rutina diaria, en lograr que los niños hagan mil y un cosas, tomen cientos de clases y estén ocupados cada segundo del día. Se invierte gran energía en estas tareas y cuando llega el momento de disciplinar cuesta trabajo porque se está cansado, se quiere evitar un drama, no están de humor para pelear, etc. Es necesario decirles NO a los niños de vez en cuando.

En este afán de muchos padres de volverse los amigos de sus hijos, la permisividad reina en casa. Algunos adultos creen que decir NO suena “feo” o que va a provocar que el niño se deprima o se traume.  Por otro lado se subestima a los niños porque se les ve muy pequeños y se cree que no son capaces de realizar tareas del hogar o cumplir con responsabilidades respecto a sus cosas o su persona. Algunos padres optan por iniciar la asignación de estas tareas hasta la adolescencia pero el problema es que ya para entonces si no se ha acostumbrado al chico desde pequeño a cumplir con responsabilidades y saber qué sí puede hacer y qué no, esto se vuelve un problema.

Ser padres modernos no significa dejar que los niños hagan lo que quieran o que los padres sean amigos de los niños. Los padres son los padres, los amigos son los amigos, a cada uno les corresponden tareas y responsabilidades distintas. Para establecer límites es importante que  exista relación con los hijos, no se puede nada más interactuar con ellos para darles órdenes. La convivencia, la comunicación, el acompañamiento y apoyo entre otras cosas construyen la relación.

Existen combinaciones peligrosas en el tema de los límites, por ejemplo:

Si no hay reglas y no hay relación el resultado es la rebeldía por parte del hijo: ¿Por qué? porque a nadie le gusta que le estén dando órdenes y menos si no se tiene un vínculo afectivo con la persona que las hace. Los hijos que se sienten de esa forma con el padre o madre que les ordena genera rencor y resentimiento contra ellos y prevalece la creencia de que no les interesan como hijos, solo se dedican a darles órdenes.

Si hay relación pero no hay reglas, se genera irresponsabilidad: El otro extremo son los padres de familia que con el propósito de ser buena onda omiten poner límites a los hijos, situación que no solo genera niños irresponsables sino que arriesgan a otras personas porque no han enseñado a sus hijos a regular su comportamiento.

Cuando los límites no están claros se presentan conductas disruptivas ya que es necesario investigar cuáles son. Cuando el niño se comporta de manera inadecuada es necesaria la congruencia y consistencia en la aplicación de las consecuencias ya que si después de un NO se cambia de opinión a SÍ, el adulto perderá autoridad porque el niño sabrá que tarde o temprano éste cederá y podrá salirse con la suya.

La función de los límites es que haya orden, evitar accidentes, marcar el camino, dar seguridad y permitirle a los niños lograr las metas que se propongan. También les permite sentirse seguros en un mundo de compromisos, horarios y reglas. Por otro lado, los beneficios de establecer límites son propiciar que los niños se respeten a sí mismos, a otros y a su entorno. Generan unión, prosperidad, independencia, autocontrol y disciplina y ayuda a que sepan qué se espera de ellos.

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