En la actualidad, el descanso parece tener poco espacio en nuestras apretadas agendas. Las jornadas laborales y escolares, la gran cantidad de actividades extraescolares, la tarea y la vida social de muchos niños y jóvenes parecen cada vez empujar  hasta más adentrada la noche los horarios de descanso, reduciendo las horas de sueño que requieren. Si a esto se le añade el uso de la tecnología hasta altas horas de la noche y el acceso a programas y juegos de entretenimiento sin restricción en  cantidad y horario para acceder a ellos, estamos frente a niños y adolescentes privados de sueño, con dificultades de concentración y de desarrollo físico y cognitivo.

Dormir bien y de manera regular es la base para un buen desarrollo físico y emocional. Necesitamos dormir para poder aprender, recordar y tomar decisiones lógicas. Los procesos que se llevan a cabo durante el sueño son vitales ya que al dormir se eliminan las toxinas acumuladas durante el día, se fortalece el sistema inmune y se restablece el equilibrio de la glucosa y la insulina en la sangre. Además ayuda a controlar el peso porque regula el apetito y mantiene sano el corazón regulando la presión arterial entre otros beneficios.[1]

De acuerdo con la Fundación Nacional para el Sueño (NSF)[2] debemos dormir distinta cantidad de tiempo dependiendo de nuestra edad, la siguiente tabla muestra las edades y cantidades de hora de sueño que le corresponden:

Es importante cuidar las horas de sueño de los niños y buscar ajustar los horarios para que la hora de irse a la cama permita cubrir las horas de descanso que requieren según su edad. Si bien puede resultar atractivo el que el niño o el joven esté involucrado en muchas actividades extra escolares, debemos poner en una balanza el desgaste físico y mental con el tiempo de descanso y esparcimiento. No es sano tener cada segundo del día ocupado y menos en edad escolar.  Como papás también resulta importante cuidarnos y descansar lo suficiente para ayudar a nuestro cuerpo y cerebro funcionar en óptimas condiciones.

Por otra parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que todas las personas realicen por lo menos una hora diaria de actividad física.[1] Los niños y los adolescentes requieren estar en movimiento y realizando una planeación de sus tiempos semanales se puede lograr incluir este tipo de actividad para ayudarles a desarrollar y acondicionar el corazón, los pulmones, músculos y el cerebro mismo.  Ratey, J., profesor asociado de psiquiatría clínica en la Facultad de Medicina de Harvard[2] sostiene que el ejercicio físico  mejora la función cerebral al fortalecer la creación y crecimiento de redes neuronales y sus brotes.

Otra bondad que tiene la actividad física  es que contribuye a reducir el estrés y la depresión. No se trata sólo del entrenamiento deportivo que pueden tener el colegio, sino también las oportunidades de juego que tengan. El reto grande en la actualidad es evitar en la medida de lo posible el sedentarismo que provoca la exposición prolongada a la tecnología con el uso de tabletas, videojuegos, series y programas on demand. Es cierto que en la actualidad se dificulta cada vez más que los niños salgan a jugar con el vecino, al parque, a ensuciarse y a divertirse como solían hacer en otros tiempos. Sin embargo esto no debe ser un impedimento para que los niños se activen físicamente y puedan jugar.

Robinson, K. (2018) clasifica tres tipos de juegos a los que pueden acceder los niños, unos implican más actividad física que otros sin embargo todos le ayudan a generar nuevas conexiones neurológicas y a socializar, negociar, tomar turnos, dialogar, desarrollar resiliencia, expresar emociones y relacionarse con su entorno. Hay tres tipos de juego:

  1. El juego auténtico:  Es aquel que se lleva a cabo de manera espontánea involucrando los sentidos y estimula su imaginación. Es el partido de fut bol, hacer pastelitos con lodo, armar un fuerte con cajas de cartón, jugar a la casita, etc. Le implica estar físicamente activo.
  2. El juego estructurado: En este escenario el niño o el joven juega con otros en un ambiente controlado donde usualmente hay supervisión de los adultos y se cuenta con un momento o tiempo definido para llevarlo a cabo. Tal es el caso por ejemplo de juegos de mesa, juegos en una fiesta, dinámicas específicas o asistir a lugares de diversión donde las actividades están ya diseñadas.
  3. El juego digital: como su nombre lo dice, este tipo de juego implica el uso de la tecnología por medio de pantallas (tabletas, celulares, videojuegos, etc.) los cuales aunque también tienen valor y abonan al tiempo de esparcimiento, no presentan tantos beneficios como los dos tipos de juego antes mencionados.

A pesar de la complejidad de la rutina cotidiana, el tráfico, los horarios de trabajo y de escuela, debemos procurar acordar como familia cómo queremos estructurar nuestra semana para poder generar un equilibrio entre trabajo, descanso, esparcimiento y cumplimiento de responsabilidades. No debemos olvidar que los niños y jóvenes también requieren divertirse, tener tiempo libre y suficientes horas de descanso para crecer sanos, fuertes y rendir de manera óptima con sus obligaciones.

 

Referencia: Robinson, K. (2018). Tú, tu hijo y la escuela. El camino para darle la mejor educación. Grijalbo: México.

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