Es verdad que la realidad que toca vivir es poco alentadora en cuestión de seguridad, existen riesgos  que eran inimaginables en otras épocas y la sociedad ha experimentado cambios que han modificado la manera en cómo las personas se relacionan y conviven. Es natural como padre experimentar miedo y preocupación por lo hijos, es incluso parte del instinto que permite la supervivencia de la especie. Sin embargo, cuando se vuelve esto un miedo general hacia la vida y como adultos se les transmiten temores e inseguridades a los niños, cuando ya las medidas de prevención o protección interfieren con la vida del pequeño, se puede decir que se comienza a sobreproteger y esto antes que beneficiar resulta perjudicial para los niños.

Los adultos de ahora buscan evitar en los pequeños cualquier tipo de experiencia que pueda ocasionarles un mal rato. Hay temor a que sufra, a que no tenga amigos, a que la pase mal, a que no sepa el contenido en el examen, a que no le guste lo que le darán de comer en la escuela, etc. Temores que no se relacionan con su estado de supervivencia sino con cualquier situación que amenace un estado de confort y placer, además de los peligros reales que supone la vida actual (violencia, secuestros, enfermedades, etc.). Es una realidad que cada vez menos niños andan solos y pocos son los que resuelven sus propios problemas sin la ayuda de sus padres.

En los colegios se puede apreciar padres de familia que van a hablar con el amiguito porque tuvo una pelea con su hijo. Aquellos que van con el maestro a pelear la calificación obtenida, otros tantos que si pudieran, masticarían y tragarían el bocado para que el niño no se cansara o tuviera que hacer un esfuerzo. Son estos ejemplos los que forman parte de una conducta sobreprotectora. Una cosa es cuidar de manera natural a los pequeños, salvaguardando su integridad física, psicológica y moral y otra cuando los padres comienzan a resolverles a los hijos aquellas situaciones que ellos pueden hacer solos. Cuando esto sucede, se les está incapacitando para el mundo.

Al sobreproteger finalmente se les está desprotegiendo. Entre las consecuencias de la sobreprotección se encuentran el criar niños débiles al impedirles tener la capacidad de resolver los contratiempos y enfrentar la frustración. Lo peligroso de esto es que la frustración es parte de la vida, toca enfrentarla y resolverla. No siempre todo tendrá un final feliz o favorable. Algunos problemas son pequeños, otros enormes, algunos no están en el control de la persona, otros son producto de lo que se hizo o se dejó  de hacer. Los niños que no aprenden a manejar la frustración desde pequeños experimentan más miedos ya que se perciben incapaces para resolver las dificultades que les toca vivir. Pierden la adquisición de la responsabilidad y el aprendizaje de la autonomía. Los niños no aprenden a reconocer de qué son capaces, no logran asumir riesgos ni responsabilidades.

Todo niño es importante y especial para sus padres y sus familias,  pero aquellos que se consideran a ellos mismos extraordinarios porque han crecido dentro de una burbuja de sobreprotección pueden crecer y convertirse en personas prepotentes que creen merecer las cosas simplemente porque sí, o bien pueden enfrentarse a la realidad del mundo donde allá afuera no todos lo consideran especial siendo esto un fuerte golpe para ellos al final del día.

La educación es un proceso de formación de carácter, de irse moldeando y modelando uno mismo. No sirve tener tanto conocimiento si no se sabe conducir la persona en el mundo ni sabe resolver problemas. Los padres tienen la responsabilidad de cuidar y guiar a los niños, darles armas para enfrentar la frustración, dialogar con ellos para encontrar la forma de solucionar sus problemas, pero  es imperante que ellos sean quienes afronten las situaciones que les toca resolver. Un niño híper protegido es un niño híper miedoso, el mundo requiere personas valientes que se atrevan a hacer las cosas diferentes y a cambiar para bien la sociedad en la que se vive. Desde casa se comienza esta importante labor, los padres tienen que confiar en la valentía y capacidad de sus propios hijos, solo así se podrá avanzar y crear un mundo mejor para todos.

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