Quienes tenemos hermanos sabemos lo complicado que pudo haber sido la interacción con ellos, particularmente durante la infancia y la adolescencia y en especial cuando nuestros padres no intervinieron o no resolvieron como nosotros hubiéramos querido. Ahora como padres debemos recordar aquello que tanto disfrutamos pero también padecimos con nuestros hermanos al crecer, para buscar ayudar a nuestros propios hijos a vivir una infancia placentera haciendo equipo como familia.

La calidad de la conexión entre hermanos es a menudo un problema real. La mayoría de los padres piensan que es normal que haya mucha fricción entre ellos y tendemos a pasar por alto las consecuencias negativas de este tipo de agresiones. Hay hermanos que crecen realmente haciéndose la vida imposible y en la vida adulta eligen distanciarse unos de otros, algunos perdiendo por completo la relación. Si bien el estrés de los hermanos es inevitable, como padres debemos prestar atención y atender la situación en caso de que estas fricciones y rencillas se deban a una hostilidad crónica la cual es muy dañina.

Como papás nos toca analizar de manera muy honesta cómo nos estamos relacionando con nuestros hijos. Particularmente cuando hay más de un hijo en casa, naturalmente formamos alianzas con ellos. Mucho se debe a que puede ser que haya más afinidad con uno que con otro, sin embargo los niños resienten de inmediato el favoritismo (intencionado o no) de un padre hacia uno sus hermanos. Lo que hace hervir la sangre de un hermano es sentirse desplazado o no visto por uno de sus padres.  Para evitar que esto suceda como papás debemos consciente y deliberadamente procurar pasar tiempo con cada uno de nuestros hijos, interesarnos en ellos y conocerlos. Alternar actividades con nuestra pareja para procurar hacer cosas con los hijos dándoles a cada uno atención y su espacio.

Evita compararlos por favor, recuerda si a tí te gustaba que te compararan con tus hermanos. Cada uno es único e irrepetible (aunque sean gemelos idénticos), enfócate en reconocer  las habilidades especiales de cada uno de ellos y apoyarlos para encaminarlos para que logren reforzar sus propios talentos. Por ningún motivo compares rendimiento académico, deportivo, habilidades sociales, formas de resolver las cosas, etc. con sus hermanos. Cada uno es diferente y  es necesario que genere su propia identidad y valore y reconozca sus talentos y destrezas. También evita vestirlos iguales a menos que ellos estén de acuerdo.

Presta atención y detén las etiquetas entre hermanos ya que a uno se le puede etiquetar como  el «perpetrador» y al otro como la «víctima».  Ante los ojos de los padres un hermano provoca y el otro sufre. Evita sacar conclusiones y emitir juicios sin conocer toda la historia. Muchas veces la “víctima” sabe perfectamente cómo provocar al otro y no es tan inocente palomilla como pudiéramos pensar.

Los insultos no son inevitables. Uno de los mayores problemas entre hermanos es que pensamos que es natural que se humillen. Lo mejor que puedes hacer es fomentar el respeto entre ellos. Hay insultos que dejan huellas de por vida y van creciendo con enojo y resentimiento, situaciones que se pueden agravar en la vida adulta. Lo que puedes hacer para mejorar la calidad de la relación entre ellos, además de seguir los consejos mencionados anteriormente, es preguntarle a cada uno de tus hijos cuáles son las cosas que más le molestan de sus hermanos. Puedes elegir dos o tres consideradas las más graves y centrarte en esto. Procura actuar para ayudar a ese hermano a mitigar la aparición o incidencia de ese comportamiento que tanto le altera. También deberás prestar más atención a las interacciones entre ellos y mediar en caso de haber conflicto.

Los hermanos pueden ser la red de apoyo incondicional que un individuo puede tener. Lamentablemente no todas las personas cuentan con esto y muchas veces es resultado de una difícil interacción y falta de soporte percibido durante la infancia por parte de los padres para ayudarles a resolver problemas. Antes que ser padres, fuimos hijos y hermanos, recordemos aquellas situaciones que sí nos gustarían que nuestros hijos vivieran y tengamos presentes aquellas que no, para actuar y prever en la medida de lo posible, que esos patrones se repitan.

 

Referencia: Taffel, R. (2005). Getting Through to Difficult Kids and Parents. Uncommon Sense for Child Professionals. The Guildford Press: United States of America.

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