Para poder prever conductas de riesgo es necesario conocer qué son y cuáles son este tipo de situaciones. López, F. A. M. (2014), define las conductas de riesgo como aquellas en las que se vulneran normas básicas y cuya transgresión no va dirigida únicamente a otros, sino también contra uno mismo, que ponen en peligro la salud o la integridad física siendo comportamientos frecuentemente alejados del pensamiento y la reflexión, a veces hasta del sentido común[1].

Es natural que los niños no sean capaces de pensar en posibles consecuencias o que incluso actúen de manera impulsiva o hasta irracional en algunas situaciones. Es por ello que el papel de los adultos a su alrededor es muy importante para ayudar a salvaguardarlos. Existe una diferencia importante entre una conducta de riesgo y un factor de riesgo. Las primeras pueden presentarse con mayor facilidad debido a la presencia de factores en el entorno que propician su aparición.  Torres, E. et al. (2016) define los factores de riesgo como aquellos elementos que tienen una gran posibilidad de desencadenar o asociarse a la presencia de algún hecho que afecte la integridad de la persona o la ponga en una situación de enfermedad o muerte[2].

Dichos factores se dividen en dos categorías[3]:

Como se puede observar, el hecho de que un niño pueda estar en riesgo no necesariamente depende de él completamente. Tanto los factores sociales como psicológicos juegan un papel de suma importancia para ayudar o entorpecer las reacciones, conductas e incluso las posibilidades mismas de solución de problemas que pueda tener un niño ante una situación de crisis.

Aunque pueden existir riesgos latentes, los momentos más vulnerables suelen darse en situaciones de crisis. Se puede definir una crisis como el estado temporal de trastorno y desorganización caracterizado por la incapacidad del individuo para abordar situaciones particulares utilizando métodos acostumbrados para la solución de problemas y por el potencial para obtener un resultado radicalmente positivo o negativo.[4]

Algunas situaciones que pueden poner no solo al niño, sino también a la familia en una situación de vulnerabilidad son las enfermedades o fallecimientos en el seno de la familia, cuando hay tensión familiar importante o cuando algún miembro de ésta se ausenta por periodos prolongados debido a un conflicto. Otras situaciones de vulnerabilidad son las separaciones o divorcios, embarazo, abusos de índole sexual o de sustancias o cuando hay cambios importantes en la economía familiar que generan tensión. Otro factor es que los cuidadores principales o adultos significativos que se encuentran en contacto con el niño tenga alguna psicopatología que merme su funcionamiento cotidiano[5].

Lamentablemente, otro escenario de riesgo para los niños puede ser la escuela misma, particularmente cuando se viven en un ambiente de rechazo. La escuela puede fungir como un factor protector aunque los elementos sociales sean riesgosos, sin embargo cuando el niño no encuentra apoyo dentro de la familia ni en la escuela hay un gran riesgo de que se convierta él mismo en un agresor. Usualmente en estos escenarios los niños comienzan a presentar comportamientos disruptivos, sentimientos de depresión o ansiedad, aislamiento, miedo a asistir a la escuela, llanto, enojo, etc.[6]

Como padres o maestros podemos estar atentos a la siguientes señales en los niños, las cuales pueden ser indicadores de que algo no marcha bien y es necesario buscar apoyo:

  • Aislamiento
  • Presencia de miedo a realizar actividades específicas (ej. ir a la escuela, quedarse con alguien, hacer alguna actividad específica)
  • Cambios en patrones de alimentación (come más o come menos de lo habitual)
  • Cambios en patrones de sueño (duerme mucho más, no puede dormir o no descansa)
  • Cambios en sus rutinas de forma atípica (llega antes, llega tarde, sale más, sale menos)
  • Marcas corporales que pueden indicar violencia o abuso (cortes, moretones, marcas en el cuerpo, etc.)
  • Dificultad para expresarse
  • Llanto sin razón aparente
  • Cambios bruscos de humor
  • Rabietas o comportamientos violentos
  • Apatía, desinterés por las cosas
  • Consumo de sustancias (alcohol, tabaco, drogas)

 

Cabe señalar que las manifestaciones de riesgo usualmente van acompañadas unas de otras, difícilmente se manifiestan de manera aislada. Es muy importante observar a los niños, no siempre es fácil para ellos identificar y nombrar sus emociones o tener claridad sobre lo que les está sucediendo. Por ello es recomendable conocer a sus amigos, estar en contacto con la escuela y en caso de estar preocupados que algo esté sucediendo, acercarse a un psicólogo que trabaje con niños y adolescentes ya que es el especialista que puede ayudar a determinar si hay alguna situación que haya que atender.

Es muy importante también no desacreditar los sentimientos de los niños ni minimizarlos. Más que con palabras, nos comunicarán con sus acciones. Depende de nosotros observar, estar atentos y querer apoyarlos. En la infancia y adolescencia se pueden gestar o prevenir muchas situaciones de riesgo que continúan en la vida adulta. En nosotros está prestarles la debida atención y actuar al respecto.

 

Referencias: Díaz-Aguado, M. (2006). Del acoso escolar a la cooperación en las aulas. Pearson, Prentice Hall: España.

López, F. A. M. (2014). Adolescencia: Límites imprecisos. Recuperado de https://ebookcentral.proquest.com/lib/anahuacsp/reader.action?docID=3228301

Torres, E. et al. (2016). Acompañamiento de jóvenes ante situaciones de riesgo: Manual para profesores (2a. ed.). Recuperado de https://ebookcentral.proquest.com/lib/anahuacsp/reader.action?docID=4775861

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