El maestro puede convertirse en el adulto con el que más tiempo conviven los niños durante el ciclo escolar. Es quien modela comportamientos, corrige, enseña y muchas veces apoya y contiene a los alumnos. Algunos niños desarrollan sentimientos de apego o cariño hacia ciertos maestros y se puede recordar a edades tempranas, más de una ocasión donde se le ha llegado a llamar “mamá” a la maestra, ocasionando un coro de risas en el aula aunque en realidad refleja el sentir de manera inconsciente de varios pequeños.

Las opiniones, actitudes, retroalimentación y comentarios que pueden hacer los maestros a los niños pueden tener mucho peso e importancia en sus vidas. Entre mayores sean los niños a los que se les enseña, se puede percibir la cantidad de creencias que tienen sobre ellos mismos y que han construido con el tiempo. Desafortunadamente no siempre estas creencias son positivas ya que muchos de ellos desde corta edad expresan ser malos para… (tal o cual actividad), evitan participar en ciertos escenarios e incluso cuentan ya con una cierta reputación dentro del grupo.

Al inicio del ciclo escolar suele suceder que el diálogo entre docentes gire en torno a la composición de los grupos: “Uf, te tocó Jorgito, hermano de Federico, ya verás, son una bomba”, “Uy, a ver cómo te va con Marianita, no puede poner dos frases juntas ni para salvar su vida”, “Ay pobre de ti, te doy la bendición, mira nada más que grupito te tocó…”, etc. etc.  Los maestros muchas veces se predisponen ante ciertos alumnos o grupos debido a los comentarios de maestros veteranos que ya cruzaron ese camino. Se inicia el ciclo con aprensión e incluso esperando el momento en que el alumno haga algo que compruebe que las advertencias son ciertas.  Estudios en psicología han comprobado que las expectativas que tiene el profesor hacia los alumnos generará en gran medida los resultados que el docente espera que sucedan. A esto se le denomina profesía autocumplidora, es decir, si al maestro se le hace creer que el grupo que tiene presenta bajo rendimiento, tienen pocas capacidades, su conducta es mala y no hay mucho que hacer con ellos (aunque todo esto sea mentira), efectivamente el grupo se comportará de esa manera.

La forma en que se retroalimente al alumno, la confianza que se le tenga, el reconocimiento que se le de y el apoyo que se le brinde marcará enorme diferencia en su desempeño en general. Cada niño es un mundo, cada uno tiene su historia personal y llegan con todos esos aprendizajes (buenos o malos) al aula. No todos parten desde un mismo punto, algunos se encuentran emocionalmente fuertes, otros tantos se sienten incompetentes, no vistos, rechazados, amenazados o buscan irrumpir con su comportamiento como forma de expresar su frustración. Una mala autoestima puede llevar al fracaso, genera predisposición en los niños y lo que se denomina indefensión aprendida, que no es más que la creencia de que “no importa que haga las cosas no están en mi control y no van a cambiar”.

Es difícil para los niños ser etiquetados, cargar con ese peso, ya que sienten que no tienen posibilidad de modificar nada. En especial la llevan mal los niños pertenecientes a una familia que tenga ya un cierto historial o reputación en la escuela (no positivo). Aquellos también que cursan desde maternal hasta preparatoria en la misma institución, con la misma gente, el mismo grupo, año tras año…. Como maestros se tienen que cuidar mucho las transferencias, es decir, estar consciente por qué se prefiere a tal vs. a tal alumno, a quiénes les recuerdan, por qué se empatiza más con éste mientras que a este otro no se le tolera. Lo mismo les pasa a los niños, el maestro puede ser recordatorio permanente de una figura adulta que ellos estimen o por el contrario, a algún familiar por ejemplo, que les caiga mal. Desde ahí hay un primer rechazo sin siquiera haber iniciado la convivencia.

Como maestros se tiene que evitar el radiopasillo, donde alumnos pueden llegar a escuchar comentarios que no debían escuchar o también el generar especulaciones sobre los niños y desencadenar nuevamente las profesías autocumplidoras. El darse el tiempo de conocer a los alumnos, sus nombres, gustos, habilidades, áreas de oportunidad, permite equilibrar al grupo y generar un mejor ambiente de convivencia y acomodo del aula. Los niños son capaces de cambiar y el maestro puede ser promotor de ese cambio.  Es importante recordar que nadie es culpable antes de ser declarado inocente, no se puede pretender que el alumno crezca si se afirma desde un inicio que no hay tierra fértil.

Hay que prestar especial cuidado en cómo se retroalimenta. Vidal Schmill hace una diferencia importante entre el ser y el estar. El niño puede presentar una conducta disruptiva (estar) y lo que hay que corregir es ese comportamiento, esto no quiere decir que el niño sea un vago. Al hacer énfasis en la conducta y no en la persona, se le permite al niño modificar su comportamiento. De otra manera se le etiqueta como rasgo de personalidad haciéndole creer que así es y por tanto no puede cambiar.

¿Cómo pueden los maestros contribuir a liberar a los alumnos de las etiquetas con las que cargan? Primero que nada recordar que cada ciclo escolar puede ser un nuevo inicio. Dentro del aula se pueden propiciar situaciones en las que pueda verse el alumno de otra manera (más confiable, responsable, talentoso, acomedido, etc.) dándole oportunidad para mostrar una nueva imagen de sí mismo. Si al alumno le cuesta trabajo cambiar y presenta el mismo comportamiento indeseable, se puede modelar la forma más adecuada de actuar en relación a ese contexto. Ayuda en gran medida cuando los alumnos escuchan a su maestro hablar bien de ellos con otros profesores ya que les da la confianza de poder avanzar y cambiar.

Hay que reconocer y reforzar las conductas deseadas, valorar el cambio (aunque sea poco) y alentarlo a seguir. Hay que evitar comentarios absolutistas como “nunca hace la tarea”, “Siempre llega tarde”, etc. se debe ayudar a los niños a explorar todas sus posibilidades para convertirse en la mejor versión de ellos mismos para que conforme crecen, puedan tomar decisiones libres de prejuicios y creencias que puedan limitar su potencial.

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