La violencia dentro de la familia es devastadora, cualquiera que ésta sea. Un ejemplo de violencia entre padres e hijos es la falta de límites, esto genera lo que De la Torre Verea (en Vázquez Mota, 2015) denomina El Síndrome del Emperador:  Hay hijos que tratan cual tiranos a sus padres, los maltratan psicológicamente, les pierden el respeto y algunos llegan hasta maltratarlos físicamente. Son personas que creen que el mundo gira a su alrededor (egocéntricas, egoístas, crueles e intolerantes). Otras características que presentan son el querer ser el centro de atención, ser desobedientes, desafiantes, intolerantes al fracaso y a la frustración, incapaces de responsabilizarse por sus actos, hacen enojar a sus padres, molestan a otras personas y solo quieren que a ellos se les escuche y saben que con llanto y berrinches consiguen lo que quieren.

Este tipo de comportamientos se puede observar incluso en niños preescolares. Para evitar esto debe haber una respuesta inmediata desde el primer indicio de agresión, es decir, poner un alto inmediato ante cualquier conducta que implique que los niños se sobre pasen. Esto debe hacerse de forma rápida, contundente, enérgica  y es muy importante que le quede claro al niño cuál es el comportamiento que no se le permitirá repetir porque está muy muy mal. Es importante que los adultos que estén alrededor sean congruentes con quien corrige al niño, evitando quitarle autoridad. Es decir, si mamá regaña la abuelita no debe solapar al niño.

Toda acción tiene una reacción, si se transgreden los límites debe haber consecuencias. Si los niños se viven sin consecuencias hay un descontrol emocional fuerte, pierden la noción de lo que está bien y lo que está mal. Las consecuencias sirven para asumir los efectos de las decisiones que toman y a respetar los límites. No se puede permitir que el pequeño se vuelva quien domine el hogar. Ejemplos de esto es que el niño decida qué programa se verá, qué se comerá, a dónde van, qué se hace, etc. Es decir, que tenga a la familia girando en torno a sus deseos y arme tremendas rabietas cuando no se cumplen sus demandas. Son los adultos quienes deben guiar y marcar el ritmo del niño, no al revés.

El comportamiento de un niño pequeño que pudiera parecer gracioso para algunos adultos, si no se frena en su debido momento escalará a niveles peligrosamente agresivos. La tiranía incrementa al igual que sus exigencias. Si durante su vida no se les ha negado nada ni puesto un límite, al llegar a la adolescencia resultará muy complicado ya que para ese momento un NO resulta inservible. No se les puede educar a los niños en sus derechos y omitir educarlos en sus deberes.

¿Qué factores pueden propiciar la crianza de hijos tiranos?

  • Padres que tuvieron una vida difícil y quieren que sus hijos no sufran o pasen por lo que ellos pasaron pueden irse al extremo sobreprotegiendo y no siendo capaces de poner límites por no querer coartar o traumar al niño.
  • Otro factor puede ser sentirse culpables por un sin fin de razones por lo cual quieren compensar al hijo y se sienten doblemente culpables si tienen que marcarle un alto o ponerle un límite.
  • El rechazo hacia el hijo (por la razón que sea) genera culpa. Esta culpa se transforma en sobreprotección, lo cual en primera instancia pareciera ser amor, sin embargo el resultado es invalidar al niño y evitar que sea capaz de enfrentarse al mundo.

El ser cariñoso no significa ceder ante los caprichos del niño, se pueden marcar límites de manera amorosa ya que al hacerlo, se le cuida y enseña cómo comportarse y será de gran beneficio para el resto de su vida. De igual manera es importante enseñarles que la felicidad no se trata solo del tener cosas, sino de hacer y de ayudar a los demás, de ser empáticos y solidarios con las personas y que lo que dan eventualmente lo reciben, por lo que siempre hay que dar lo mejor de ellos mismos.  Los excesos no son buenos en ningún aspecto y  los límites generan certidumbre, les dan confianza y predictibilidad lo cual les ayuda guiar su comportamiento.

Educar no es fácil, se quiere dar lo mejor a los hijos, el problema es cuando se exceden las posibilidades económicas para cumplir un capricho o cuando los propios conflictos emocionales como adultos se interponen en la crianza. En cuanto al entorno, los medios de comunicación también han normalizado la violencia. Hay que tener mucho cuidado qué ven los niños y dialogar con ellos. Si se percibe que el problema sale de las manos de los adultos, es momento de pedir ayuda. Los terapeutas infantiles son las personas capacitadas para tratar este tipo de casos y ayudar a la familia e establecer límite y reacomodar jerarquías.

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