El boom de la tecnología ha modificado la manera en la que las personas se relacionan y conviven. Se ha pasado de la conversación verbal a la escrita y de vuelta a la iconográfica. Hoy en día en las redes predominan videos e imágenes que pretenden reflejar la realidad. La cuestión está en la credibilidad de esta realidad a la que se accede por medio de la tecnología. Hay un sin fin de trucos de cámara para hacer ver las cosas “perfectas” o sumamente atractivas. Se está acostumbrando a los niños a retocar sus fotos, editar sus videos, la computadora permite hacer correcciones, eliminar las fallas, en pocas palabras, a demostrar perfección (aunque tras bambalinas salieron con la cara brillosa, tienen errores ortográficos y tuvieron que hacer veinte tomas antes de que quedara la definitiva). El punto es mostrar al mundo lo bien que se está, lo bueno que se es, lo mejor que se tiene.

En este barco se han subido los adultos, generando competencia entre ellos mismos en aspectos tanto laborales como familiares. Hay que subir a instagram la foto del equipo campeón (donde está el hijo). Hay que mostrar en Facebook la foto donde se disfrutan las vacaciones vistiendo todos cual aparador de tienda departamental, o subir a youtube el video donde la niña se gradúa con honores del preescolar. Entre más se viralice, mejor, para que el mundo vea lo buenos y perfectos que son los hijos.

Existe una presión social y cultural muy fuerte hacia los padres de familia que les incita a buscar lo mejor de lo mejor para los hijos. Todo debe estar perfecto, el vestido, los dientes, el auto, la escuela, la casa, etc. Si bien, todo padre busca que sus hijos estén lo mejor posible, cuando esto se vuelve el fin último y no precisamente en beneficio del niño, sino para probar a quien sabe quien que se tiene lo último o se ha hecho lo mejor entonces se genera estrés y un sin fin de complicaciones emocionales en los pequeños.

Se añade al cuadro la reducción del tamaño de las familias, lo cual permite de alguna manera proveer más a cada hijo y centrar su atención, energía y recursos para buscar que destaquen. Sin embargo la presión aumenta en los niños ya que la atención y expectativas se divide entre menos número de hermanos. También se ha incrementado la cantidad personas que deciden volverse padres a una edad mucho mayor, después de haber alcanzado logros académicos y personales, por lo que la expectativa de cómo será ese bebé es mucha más que la que puede tener un niño con 5 hermanos y padres más jóvenes.

En búsqueda de la perfección y de que los niños sobresalgan, se les estimula desde bebés, hay sobre oferta de cursos, clases, talleres, que prometen convertirlos en súper niños. Apenas entrará a preescolar y ya se está pensando a qué universidad deberá aplicar y todo lo que tendrá que hacer para lograrlo (desde ya). Crecen con la idea de hacer las cosas para sobresalir y esto, mal llevado, genera una competitividad destructiva para él y sus relaciones interpersonales. Pierden el gusto de hacer las cosas por hacerlas, o experimentar algo por el simple hecho de aprender de ello y probarse en esa área.

Los niños que viven bajo esta lupa y carga excesiva de estrés tienen miedo al fracaso, se enferman más, no aprenden de sus errores porque no les permiten equivocarse y en general pierden la oportunidad de crecer felices y plenos. Todo padre de familia quiere lo mejor para sus hijos, lo importante radica en no caer en los extremos y darles lo que se pueda de acuerdo a las posibilidades de la familia. Los niños necesitan vivir y disfrutar cada etapa de su vida y en especial de su niñez y esto incluye equivocarse, caerse y aprender a sacudirse e intentar nuevamente.

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