El sistema educativo actual premia y reconoce a los estudiantes que tienen buenas notas y que académicamente logran resultados esperados de acuerdo a los estándares del colegio, la región e incluso el país. Desde pequeños se habla de qué tan inteligente es tal o cual niño en base a las hazañas que hace, particularmente si éstas se adelantan a las normativas correspondientes a su edad. Nuestra sociedad alaba y ve con buenos ojos a aquellos estudiantes que tienen logros académicos y a aquellos que al terminar la preparatoria, buscan continuar preparándose con una carrera universitaria e incluso, se valoran unas carreras más que otras.

Desde que están en preescolar se generan expectativas sobre los niños y su rendimiento académico. Cuando algo no fluye como se espera en ocasiones se realizan evaluaciones psicopedagógicas cuyo objetivo es conocer el coeficiente intelectual o IQ por sus siglas en inglés (Intelligence Quotient) para determinar qué tan inteligente es la persona.

Lo que se mide con las pruebas que determinan el coeficiente intelectual son las capacidades intelectuales, lógicas, analíticas y mentales del individuo. Mide habilidades espaciales, verbales, matemáticas y visuales. La medición se realiza cuantitativamente y  determina con qué facilidad la persona aprende cosas nuevas, cómo guarda y recuerda la información, cómo puede concentrarse en ejercicios y tareas, maneja números, participa en el proceso de pensamiento, resuelve problemas y cómo piensa de manera abstracta y analítica[1].

Un coeficiente intelectual superior a 100 puntos significa que la persona tiene éxito en las habilidades mencionadas anteriormente y los puntajes se calculan en base a estadísticas  donde se le compara al sujeto con otros de su misma edad y sexo. Se tiene un puntaje medio donde se ubica gran parte de la población evaluada y se tienen hasta dos desviaciones por debajo o por arriba de dicho promedio.

El coeficiente intelectual es valorado en ambientes académicos y ciertamente dichas habilidades bien desarrolladas facilitan a la persona su ejecución en tareas de esta naturaleza.  Sin embargo,  hay personas con un alto coeficiente intelectual que no están bien adaptadas a sus vidas. Existen estudiantes de dieces que tienen dificultad para relacionarse con otros o incluso mantener un empleo en un futuro debido a problemas en sus relaciones interpersonales y con sus equipos. Incluso hoy en día muchas empresas buscan que sus empleados no solo tengan conocimientos académicos sino que sepan resolver problemas y puedan relacionarse de manera exitosa con los demás.

Esta manera exitosa de interactuar con otros se le ha denominado Inteligencia emocional o EQ por sus siglas en inglés (Emotional Quotient). Es la capacidad de ser conscientes y expresar claramente nuestras emociones y la forma en que manejamos nuestras relaciones interpersonales.[2]

De acuerdo con Coleman, M. (2019) la inteligencia emocional comprende cuatro rasgos distintivos:

  1. Autoconciencia: Es la capacidad de comprender los propios estados emocionales.
  2. Autogestión: Es la capacidad de controlar los propios estados emocionales y comportamientos relacionados con esos estados.
  3. Conciencia social: Es la capacidad para comprender e influir en los estados emocionales de los demás.
  4. Gestión de relaciones interpersonales:  Es la capacidad de influir e inspirar a otros, liderar y mitigar eficazmente los conflictos dentro de los equipos.[3]

Coleman M. (2019) comenta que se cree que la inteligencia emocional es uno de los predictores clave del éxito, ya que aquellos que tienen niveles más altos de inteligencia emocional tienen más probabilidades de tener éxito que aquellos con EQ más bajos.[4] Por otra parte Greenberg, S. (2019) menciona que la inteligencia emocional se ha vuelto muy importante en el siglo XXI debido al incremento en la comunicación que ha sido provocada por el uso de tecnologías de comunicación y el internet.[5]

Es importante no confundir la inteligencia emocional con la personalidad y el carácter. Los rasgos de carácter o el temperamento generalmente se fijan, mientras que las habilidades emocionales son dinámicas y se ejercitan en base a la situación. La IQ y la EQ son complementarias, es decir, la persona debe tener un nivel suficiente de IQ para comprender de qué es capaz en cuanto a EQ y qué ventajas puede aportar su desarrollo[6].

Las personas con poca inteligencia emocional pueden tener éxito en el trabajo, pero experimentan dificultades en el amor y la amistad. El trabajo se convierte en su vida y si por alguna razón ya no están trabajando (es despedido, se enferma, etc.)  experimentarán una gran cantidad de estrés y podrán llegar a deprimirse. Por lo tanto es necesario ayudarles a  desarrollar la inteligencia emocional desde edades tempranas. Si bien es importante que los niños y jóvenes presenten buen rendimiento académico, resulta igualmente importante que aprendan a manejar sus emociones, a convivir con otros, a desarrollar empatía y aprender a trabajar en equipo. De esta forma estarán mejor equipados para el mundo  y podrán enfrentarse con éxito a los retos que la vida les presente.

 

Referencias:

Coleman, M. (2019) Emotional Intelligence for kids: Parenting Practical guide for raising an Emotionally Intelligent Child. Tried and tested approach to discipline your Children … limits in a Mindful way (Kindle Edition) https://leer.amazon.com.mx/?asin=B07X61NNVR

Greenberg, S. (2019). EQ-Emotional Intelligence, perceiving, understanding, using and managing (Kindle Edition) https://leer.amazon.com.mx/?asin=B07YSWV1VP.

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