Una vez construido el templo de San Juan de los Lagos, una hermosa mujer, tan hermosa y joven que llamaba la atención de cuanto hombre la topara en su camino, realizó la promesa de entrar al templo de rodillas, si la virgen le concedía una petición.

Su deseo fue concedido, pero la bella mujer se envolvió en los quehaceres de la vida, olvidándose de la promesa hecha a la virgen de San Juan, tal vez por la vergüenza de entrar al templo de rodillas, ella que era bella como una flor.

Pero la virgen de San Juan exige el pago de las promesas. Así que, al paso del tiempo, en un sueño, la mujer vio a la virgen reclamarle su pago. Ella temerosa prometió saldar su cuenta a la mañana siguiente. Sin embargo, no hubo un mañana, esa noche falleció.

Fue vestida con un hermoso traje color negro que contrastaba con su blanca piel, su rostro hermoso, pero demasiado triste y angustiado, sus manos entrecerradas como si sostuviera algo entre ellas.

Su madre y hermanos la velaron durante tres días, pero las personas del pueblo que fueron acompañarla en este tiempo, salían horrorizadas porque, aseguraron que la noche de su muerte, hubo una extraña aparición en el templo: una mujer hermosa, delgada y joven, vestida de negro se había presentado a las doce de la noche y subió las escalinatas a la entrada del tempo de rodillas, portando entre sus manos un cirio de velación, lloraba amargamente y lanzaba gritos espectrales pidiendo perdón por ir, hasta entonces, a pagar su manda.

Desde ese día y hasta hoy, todas las noches, justo a las doce, se escuchan los gritos solicitando perdón por su pecado en el tempo de San Juan de los Lagos.