No importa la edad que tengan, nuestros hijos tienen deseos que son importantes para ellos, algunos fantasiosos, otros que en verdad están relacionados a su personalidad y esencia. Los niños van creciendo y conociendo que pueden tener control de algunas cosas y de otras no. Algunos padres de familia consideran que con los niños no se negocia, obedecen y punto. Otros llegan a considerar que no son válidas sus opiniones o deseos por el simple hecho de ser niños.

Cada edad conlleva una serie de responsabilidades que gradualmente van trasladándose del adulto a cargo hasta el adulto joven que, aunque confía y respeta a sus padres, tiene más autonomía en cuanto a poder de decisión. El gran peligro está en edades tempranas y en la adolescencia en aquellas familias donde la imposición reina y los niños están enteramente sujetos a las reglas de los adultos sin voz ni voto.

Se ha comentado en artículos anteriores que hay cosas que no son negociables en la crianza, tales como situaciones que impliquen salvaguardar la integridad física, psicológica y moral del menor. Esto debido a que los adultos somos los responsables de establecer entornos seguros y porque nuestro cerebro se ha desarrollado ya completamente otorgándonos la capacidad de prever y planear, habilidades cognitivas que niños y adolescentes aún no han desarrollado por completo.

Sin embargo hay otro montón de cosas o situaciones donde sí se puede dialogar, donde sí se puede negociar y donde es muy válido escuchar el deseo del otro. He visto adolescentes completamente frustrados y enojados con sus padres por sentirse ahorcados sin posibilidad de tomar decisiones o de solicitar lo que quieren. Están cansados de oir un “no” a sus peticiones o deseos y caen ya sea en la resignación (y muchos de ellos en depresión) o se van al extremo, presentando conductas desafiantes o retadoras que los ponen en riesgo, como última instancia para hacerse ver o escuchar.

Tsabary, S. (2016) acuña el término negociar en colaboración con el cual  se refiere a que podemos escuchar los deseos de nuestros hijos, revisar posibilidades de realización de los mismos y en vez de entrar en batallas de control, alentarlos a trabajar junto con nosotros  de manera colaborativa cuando haya un desacuerdo para encontrar una solución que beneficie a ambos. No se trata de hacer sacrificios (de ninguna de las partes) porque la carga emocional que se genera es grande y más adelante las facturas se cobran muy caras.

Negociar en colaboración no se trata de «mantener la paz» o eliminar conflictos, sino poder, cada uno, lograr escucharse, entenderse y generar acuerdos recordando que cuando un límite no es negociable, no hay espacio para la discusión. Si realizamos este tipo de prácticas fomentaremos el diálogo con los hijos, se incrementará la confianza de ellos hacia nosotros al saber que no recibirán siempre un NO rotundo, sino que hay posibilidad de entablar diálogo y negociar. En la adolescencia esto resulta crucial para evitar el desgaste en la relación entre padres e hijos y funge como factor protector que ayuda a evitar que se expongan a conductas de riesgo.

Dejemos en claro qué no se negocia, el resto de las situaciones abramos el diálogo, escuchemos a nuestros hijos, observemos su comportamiento, sus expresiones, aquello que no nos dicen pero lo actúan. Si optamos por negociar en colaboración ambas partes podremos aprender mucho de la otra y generar una relación más sana y cercana que alimentará el vínculo padre e hijo.

 

Referencia: Tsabary, S. (2016). The Awakened Family. How to Raise Empowered, Resilient, and Conscious Children. Penguin Books: United States of America.

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