Los hijos no vienen con un manual integrado, cuántos padres quisieran que así fuera. Los libros, las páginas de internet, los cursos, todos sirven sin embargo no hay niños estandarizados. No todos duermen determinado número de horas, no a todos se les quita el pecho a la misma edad, no todos comen lo mismo, hablan, caminan por igual. Cada niño es único, al igual que sus padres.

Socialmente existe mucha presión y expectativas tanto para los padres como para los niños. La cultura influye mucho sobre aquello que se espera y los juicios y las críticas llueven por todos lados, desde el clásico “¿para cuándo el segundo?” hasta juicios que rayan en reproche hacia la madre: “¿No le das pecho?” seguido por “¡¿todavía le das pecho?!”. Pareciera que todo mundo tiene algo que opinar, que por qué se hace una cosa  o  por qué no se hace.

Abrumados por una serie de consejos de abuelita, opiniones de familiares, lo que leyeron, lo que les recomendaron, pareciera que la locura toca a la puerta. Muchos padres de familia incluso se preguntan si lo están haciendo bien. Algunos niños nacen con una carga de expectativas sobre sus hombros de acuerdo al lugar que ocupan en la familia o el sexo que tienen. Que si es el primer nieto de la familia, que si fue el pilón, que si es la tan esperada niña o el único varón. Esto aunado a que algunos padres pretenden que sus hijos sean igual que ellos (ah, pero perfectos ¿eh?).

Algunos prefieren que sean otros los que se encarguen de la educación de los niños dejándolos en mano de cuidadores o familiares. Esto como consecuencia de diversas situaciones, algunos por elección ya que aunque pueden cuidarlos deciden no hacerlo. Otros por necesidad, porque las circunstancias de vida orillan a esas alternativas. Una cosa es cierta, no hay padres perfectos, sin embargo hay  diferencia entre ser padres buenos  y ser buenos padres.

Ser padres buenos puede confundirse con perderse en una serie de recomendaciones, cumplir las expectativas de todos los que les rodean dejando de lado lo que ellos desean o cómo quieren ejercer en su paternidad-maternidad. Padres obedientes y complacientes con los hijos para que no dejen de quererlos y por lo tanto no ponen límites ni establecen consecuencias. Padres que se dejan llevar por tendencias o modas para ser buena onda y amigos de sus hijos. Lo que aparentemente se valora como “bueno” a la larga trae consecuencias desfavorables para los niños que crecen con padres que no son autoridad, no son confiables y no supieron darles herramientas de vida.

El ser buenos papás a veces representa ser los malos del cuento. Implica ser los adultos responsables que buscan el bienestar de sus hijos aunque eso implique marcar límites, decir NO y en ocasiones ser “el peor papá del mundo” por no dar determinado permiso o autorizar alguna situación que pueda poner en riesgo al niño. Ser buena mamá y buen papá exige congruencia, esfuerzo diario y compromiso. Es un trabajo diario y de por vida. Es estar ahí en las buenas y en las malas. Ayudar sin resolver todo, cuidar sin solapar, modelar y ser ejemplo de conductas deseables buscando como fin último que sus hijos sean adultos independientes, autónomos, conscientes y buenos ciudadanos.

En primera instancia pareciera ser más fácil ser papá o mamá buena, implica menos esfuerzo y compromiso. Se evitan lidiar con el berrinche del niño, sentirse poco queridos por ellos y se evita entrar a profundidad en la crianza de los  hijos. Sin embargo, ser buen padre o madre aunque poco sencillo, da frutos que alimentan a los hijos y les ayuda a continuar este patrón positivo con sus propias familias. No es sencillo, se vale pedir ayuda, se vale aprender de la experiencia, de la capacidad de aprender, de probar y de intentar siempre buscando ser mejores. Se va a fallar inevitablemente, lo importante es reconocer cuando se falla, sin culpar a otros, levantarse, sacudirse y andar de nuevo.

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